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Lema curso 25-26
Misión
Vivimos un tiempo vertiginoso, donde la tecnología avanza sin descanso y el mundo parece
caber en la palma de una mano. Las distancias se disuelven en segundos, pero el alma a veces
se afloja, se vuelve invisible y frágil. En medio de la inmediatez y de estar siempre conectados,
resuena con fuerza la urgencia de volver a lo esencial.

¿Y tú, dónde estás? Esta pregunta te ha permitido mirarte de verdad, saber desde dónde
caminas y hacia dónde quieres ir. Como un GPS que necesita tres coordenadas para hallar el
camino, también el corazón humano requiere tres puntos de referencia para no perderse: uno
mismo, Dios y el mundo. Solo así podremos ubicarnos en el mapa de la vida, con los pies en la
tierra, la mirada al cielo y el alma abierta al encuentro.

Después de encontrar tu lugar, estás llamado a hacer un alto en el camino y preguntarte: ¿
Quién soy yo? La pregunta nos desafía a descubrir quiénes somos realmente. ¿Cómo nos
mostramos ante los demás? ¿Somos lo que parecemos?
¿Qué quiero mostrar de mí? ¿Quién quiero ser? ¿Cuál es mi huella dactilar, la que me identifica y
me hace único?

“¿Quién soy yo?” no es solo una pregunta existencial, sino una llamada a la transformación
personal. Nos desafía a vivir con coherencia, a alinear lo que somos con lo que mostramos, y a
construir una vida desde el amor, la verdad y el servicio. Porque solo quien se conoce a
mismo puede dejar una huella auténtica y duradera en el corazón de los demás.

A lo largo de la Biblia, grandes hombres y mujeres de fe también se han enfrentado a esta
misma pregunta. La pregunta por la identidad resuena como un eco. Dios no busca a los más
sabios ni a los más fuertes; Él llama a quienes, a ojos del mundo, parecen pequeños,
insignificantes o incapaces. Y al llamarlos, les revela algo más profundo: su verdadero ser.

Moisés, tartamudo y temeroso, se preguntó: “¿Quién soy yo para ir al faraón?” (Ex 3,11).
David, el menor de sus hermanos y pastor de ovejas, fue ungido rey. Jeremías, aún joven,
dudó de su voz, pero Dios le dijo: “Antes de formarte en el vientre te conocí, y antes de que
nacieras te consagré”. A María Magdalena la llama por su nombre (Jn 20,16). También el
mismo Jesús pregunta: “¿Y vosotros, quién decís que soy yo?” (Mt 16,15).

Así es Dios: elige no por apariencia, sino por el plan que tiene pensado para cada uno. Él ve
más allá de nuestras inseguridades, nuestras dudas y nuestras heridas. Nos llama por nuestro
nombre y nos recuerda que tenemos una misión, una huella única que dejar en este mundo.

Porque no somos casualidad. Cada vida forma parte de un plan más grande, tejido con amor y
esperanza. Dios no se equivoca al elegirte. Él sabe quién eres, incluso cuando tú lo olvidas. Y
con esa certeza podemos comenzar el camino de descubrirnos a nosotros mismos a la luz de
su mirada.

En esa búsqueda de identidad, reconocemos también que pertenecer a la Familia MD forma
parte de lo que somos. Nos identifica un carisma concreto, nacido del corazón de fuego de
Madre Petra, que supo ver el rostro de Dios en cada persona necesitada y vulnerable. Ser parte
de esta familia es más que pertenecer: es una forma de vivir, de mirar y de servir. Es saberse
llamado a amar sin medida, a confiar hasta el extremo y a construir hogar. Nuestra identidad
se teje con su legado, con su ternura hecha acción y con su firmeza inquebrantable, que sigue
encendiendo caminos de esperanza.